19.12.12

Alicia Reyes Planas (22/07/1911-08/07/1996)























Texto de Jorge Reyes Planas escrito para la Miscelánea de la generación Reyes Planas, que a su vez escribió con motivo de la muerte de Teresa Reyes Planas

ALICIA REYES PLANAS
Alicia, doña Ale, el Club Optimista, la que no podía sufrir el dolor ajeno (cuando alguien se hacía sangre en la torre, se iba a la calle), la alegría de la familia...
Cuando el Club Femenino Optimista celebraba meriendas en casa (creo que se había creado solo con este fin) y ella despedía a las últimas amigas desde el recibidor, con la puerta abierta, mientras con un brazo aguantaba la puerta, con el otro intentaba agarrar al hermano que fuera posible para que no pudiera pasar a la salita, a acabar con los restos, ¡pues el chocolate, la nata, las pastas secas, los canapés y los churritos eran la base alimenticia de las reuniones del Club Optimista!
Era el enlace óptimo entre la sección femenina de la familia y los hermanos varones. Estudió en la Escuela Suiza. Era dada a los idiomas, aunque se le atascó el flamenco. Tenía muy buena voz (cantaba en un montón de iglesias y parroquias). Estudió canto, creo que con la Callao. Muy buena hija y muy buena hermana. Defensora de todas las causas nobles: con ella habíamos fraguado y comentado diferentes acciones solidarias (una de ellas, recuerdo, voluntarios para ser presos y vivir en las cárceles con los presos de verdad, para ayudarles en la redención de penas. Ahora estaría contenta con los cientos de acompañamientos que hacemos al año, en nuestra ONG, de internos —nombre actual de los antiguos presos— desde los centros penitenciarios a asistencias médicas externas.  
Alicia, la empleada de casa Roldós. Una vez, al hacer la caja, faltó un duro. Al hacer el arqueo del día siguiente, se encontraron con cincuenta céntimos. Tras muchas indagaciones llegaron a saber que las tres empleadas de la limpieza se lo habían encontrado y habían decidido repartírselo. Y como sus conocimientos de números sólo llegaron a una peseta cincuenta céntimos cada una, los cincuenta céntimos restantes los dejaron al lado de la caja. 
De allí pasó al consulado belga. Del que, durante muchos años llegó a ser, de verdad, el alma. Digo "de verdad", porque esto de "ser el alma" se dice bastante. Pero de ahí a serlo, como lo fue Alicia... van bastantes pasos. Fue el brazo derecho de varios cónsules. De Jottard, el que estuvo más tiempo, sobre todo. 
Por ella tuvimos permanente acceso a las sesiones, secretas y nocturnas, de películas y reportajes que se pasaban en un piso que el consulado inglés tenía en la plaza Urquinaona. Allí vi las primeras imágenes del exterminio judío. 
Fue clave en la fuga de Pierlot y Spaak desde el hotel Majestic, en el que estaban presos, a Portugal y Londres (publiqué un artículo de esta historia en La Vanguardia: “Mi Pimpinela Escarlata”. Puedo dar copia a quien la quiera). Trabajó hasta límites máximos en la liberación de presos belgas (huidos de la Europa nazi) de las cárceles y campos de concentración de toda España. Como la embajada belga fue cerrada al estar Bélgica ocupada, se inventó un cargo, "Delegada de la Embajada de Bélgica en Barcelona" que, fuera de Barcelona, le daba más fuerza que la de ser secretaria del consulado belga. Iba a Gerona: se las tenía con el alcalde, con el gobernador civil, con quien fuera. Recuerdo las cartas que recibía desde todos los puntos de España. "Los belgos apalisados", terminaba una, recibida desde el campo de concentración de Miranda de Ebro. 
Todo esto le valió la "Ciudadanía Belga de Honor", cosa (entonces y ahora) más que difícil.
Y esto la obligó a ir a vivir unos años a Bruselas, trabajar en el ministerio e intentar aprender a hablar flamenco.
Nuestra torre del Putxet había alojado a más de uno de estos belgas que huían hacia Portugal e Inglaterra. En mi habitación habían dormido varios pilotos adscritos a la RAF, que se habían tirado en paracaídas en Francia o Bélgica, y volvían a Inglaterra para reincorporarse. Dos de estos repitieron. 
Alicia disponía de fondos. Tenía que examinar a los liberados. Más de una vez se encontró con nazis camuflados. Creo que no se equivocó jamás. De estos años nacieron amistades entrañables. Para mí —para nosotros— el célebre padre Gillard: después de papá, la persona que más ha influido en mi vida.
Cuando Alicia se hizo mayor, le costó aceptar el rechazo que la juventud actual y en tanto que ciudadanos, tienen a la gente mayor. Creo que esto la hizo algo infeliz. 
Sabéis de su muerte. Como nuestro primo Paquito, dio el cuerpo a la ciencia. En el funeral y en su honor, con la bandera belga en el crucero de la iglesia, se tocó La Brabançonne.